Conociendo el contexto terrorífico en el que se desenvuelve el sexo, y las dificultades prácticas inherentes a una actividad socialmente reprobada, no es sorprendente que la iniciación sexual sea una aventura muchas veces desagradable.
En este tema, por excepción, se comete, según creo, una injusticia contra los hombres. Muchas voces se alzaron en defensa de la joven virgen, víctima de una iniciación deplorable casi siempre. Se han aportado sugerencias y consejos para ayudarle y sobrellevar el amargo trance, todos nos hemos condolido de la pobre mujer. Pero, lo mismo que el día que tiene un hijo, nadie se acuerda del hombre. Todo conspira para que el problema recaiga sobre la mujer, pero esto no significa que la iniciación masculina sea lo opuesto. Por lo contrario siguiendo una lógica rigurosa, la iniciación del varón suele ser tanto o más penosa que la de la mujer, ya que lo decisivo no son las características anatómicas sino las condiciones sociales. También el hombre suele cargar de por vida, consciente de ello o no, la rémora de un comienzo penoso.
En la práctica, por lo menos para la clase media latinoamericana, casi siempre el adolescente es compelido a iniciarse, bien por su padre, que cumple con "el deber de orientarlo", aunque no muy expresivamente, o por un tío "experto en esas cosas", o con frecuencia, por su grupo de amigos. En este caso, una ruidosa alegría matizada por el relato de insuperable hazaña, todas fantásticas, oculta el verdadero terror colectivo. En el camino y durante los preparativos comienza a intuir, por la vía más dolorosa, la responsabilidad de su desempeño, concebido como la necesidad de demostrar públicamente su virilidad; todo su prestigió está involucrado. Por eso, una misma duda corroe todos los cerebros: ¿"podré"?. En este estado de ánimo llegan al lugar, un burdel o alguna ruidosa casa suburbana, siempre sofocante y deprimentes, donde se turnan esa espera! para encontrarse con una prostituta veterana, y siempre sucia y perfumada. Cuando le toca su turno, ella intenta animarlo, pero grosera y despectiva, sólo consigue remarcar el ridículo. La feminidad, anhelada como delicadeza romántica, se le presenta en cambio repugnante y brutal. Si a pesar de todo "puede", la euforia por haber pasado la prueba, y la salida triunfal, relegan en la memoria el asco y la decepción.
Pocos jóvenes tienen oportunidad de una iniciación mejor, lejos de la mugre y el peligro de enfermedades venéreas. Posiblemente tardará muchos años en descubrir que su iniciación sexual no tuvo nada de sexual.
En comparación con él, la mujer es afortunada. Suele tener posibilidad de elegir compañero y circunstancias. Si la situación no es ideal, por lo menos es decorosa.
Ya nos hemos referido al aspecto técnico del desfloramiento. Ahora sólo es necesario decir que la técnica es secundaria al efecto y comprensión. Para que el desfloramiento deje un recuerdo grato no es necesario que haya sentimientos con mayúsculas. En cambio es imprescindible controlar y dominar las circunstancias: tener comodidad, evitar posibles interrupciones, no tener apuro, adoptar las medidas anticonceptivas necesarias si es el caso, etc. Como dijimos el himén es casi inexistente en la mayoría de las mujeres, de lo que ella tiene que estar correctamente informada en su primer encuentro. Si existe su rasgadura pasa desapercibida si ocurre cuando hay una alto grado de excitación; muchas mujeres no han advertido su propio desfloramiento. Como la zona genital puede quedar ligeramente irritada, es preferible esperar unos días antes de intentar nuevos acercamientos.
No es infrecuente que la expectativa y unas gotas de temor, más la inexperiencia, traben el desarrollo de la exitación femenina, de manera que su primera cita no le resulta especialmente satisfactoria. Eso no debe sorprenderle. Un alto nivel de tensión y satisfacción sólo se obtendrá con la práctica, con el conocimiento y adaptación al compañero, y con el progresivo conocimiento de sí misma.
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